cuando el calor
en esta ciudad latina
haya sido gentilmente elevado,
por el ruido del sol,
por sus habitantes,
y el latido vibrante de este músculo
que ofrece definición a lo errante:
envueltos en una brisa de veintiséis grados
acogedores incluso se tornarán
los sólidos muros de piedra fría,
que yacen en esta calle
por años,
décadas
siglos.